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La leyenda de la mula herrada de Bogotá

La leyenda de la mula herrada de Bogotá

 

En la antigua Santa Fe se comentaban diversas historias. Hace aproximadamente ciento cincuenta años, Bogotá era una gran provincia en dónde no existía la luz eléctrica. Después de las 6 de la tarde, toda la ciudad estaba totalmente oscura.

 

 

Se dice que después de la medianoche, se podía escuchar el fuerte ruido del galope de una mula. Sorprendidas, muchas personas notaban que, el extraño animal no era dirigido por ninguna persona.  No había jinete sobre la mula ensillada. Se decía que la mula herrada iba tan desenfrenada, que levantaba chispas cuando sus herraduras se arrastraban sobre las calles empedradas.

 

 

Todas las bestias ocultan una historia sobre su origen. En el caso de la mula herrada, recordaremos las fiestas y largas sesiones de juegos de azar que ocurrían en las antiguas chicherías, ubicadas en Bogotá. En otros tiempos, el animal fue propiedad de don Álvaro Sánchez. Aquél hombre es recordado por su intensa afición a los juegos de azar. Los dados y las cartas le hicieron perder la cabeza y la fortuna. El popular barrio de Las nieves y La Catedral, fueron testigos de su infortunio. Con el paso de tiempos, don Álvaro se convirtió en un hombre malhumorado, descuidado y agresivo. “¡Con lo que ha sido este hombre y dónde podría haber llegado!”, se oía a su paso.

 

 

Se recuerda que don Álvaro Sánchez llevaba a su mula a acompañarlo en sus noches de juego. Ella lo esperaba amarrada en la entrada de las chicherías, mientras las apuestas y las bebidas fermentadas nublaban la cabeza de su apreciado amo. Con el paso del tiempo, el cuerpo cansado de don Álvaro ya no se podía sostener sobre la silla de la mula. Fue entonces cuando el pobre animal dejó de disfrutar de sus paseos con su amo.

 

 

Sin importar que estuviera amarrada, la mula lograba escapar cada noche de sus ataduras para asistir a media noche a las chicherías donde su amo descendía a los mismos infiernos. Aunque poco podía hacer, la mula sabía que no estaba dispuesta a dejar a su amo solo.

 

 

Las consecuencias de su mala vida, no tardaron en llegar. Don Álvaro Sánchez, murió. Pocas personas acudieron a su funeral, pues éste, en sus últimos días había ostentado el título de persona non grata. Diferentes sacerdotes recordaban en sus sermones que el juego era un hábito peligroso y lejano de las costumbres cristianas.  Solamente, su mula lloró por la ausencia de Álvaro Sánchez. Desconcertada ante el fatídico suceso, continuó asistiendo noche tras noche a buscar a su amo a las chicherías, pero, claro, sin tener la suerte de encontrarlo.

 

 

Dos meses después y sin faltar una sola noche a buscar a su amo a media noche en las chicherías de la ciudad, la mula murió de pena. Desde entonces, dice la leyenda, su espíritu aún se encuentra deambulando por las calles de Bogotá para aterrorizar a las personas que humillaron y se burlaban de su amo.

 

 

En las calles de Bogotá se recuerdan diversas historias del pasado, las cuales nos recuerdan viejas tradiciones y costumbres de la ciudad.

 

 

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Los enigmas del edificio de la Calle del Sol

Los enigmas del edificio de la Calle del Sol

 

 

Entre las calles 11 y 12 con Carrera tercera, en medio de la localidad de La Candelaria, se encuentra una gran edificación que guarda múltiples secretos.

 

 

De lejos, los sótanos del lugar parecen esconder una historia por sí mismos: una historia oculta, cerrada e impenetrable; esa es la impresión que da al verlos. Han existido últimamente varios negocios allí: tiendas, lavanderías y principalmente, restaurantes.

 

 

En tiempos coloniales, la calle en donde se encuentra este gran edificio, fue conocida como la Calle del Sol, un lugar ubicado muy cerca de la Calle del Chorro de Egipto. La construcción de esta gran edificación empezó en 1917. Originalmente, fue la sede de Seminario Mayor de Bogotá, una institución educativa para religiosos. El lugar evoca la arquitectura neogótica, muy popular durante este tiempo.

 

 

Sabemos que en la tarde del 9 de abril de 1948, la ciudad de Bogotá fue el escenario de un gran estallido social derivado de la muerte del popular candidato liberal, Jorge Eliecer Gaitán. Aquél día, el centro de la ciudad, quedó en ruinas. Se dice que el monasterio fue usado para albergar varios reclusos y cuerpos de manifestantes muertos.

 

 

El lugar se vio gravemente afectado durante estos hechos. Un tiempo después, en 1953, la historia del monasterio de la Calle del Sol, empezaría nuevamente. Este año, Gustavo Rojas Pinilla, encarga su restauración. Allí empezaría a funcionar la nueva sede del Servicio de Inteligencia Secreto de Colombia (SIC), el cual fue conocido luego como el DAS

 

 

Durante estos años, se decía que el “fantasma del comunismo” había llegado a América Latina. En Colombia, se pensaron y ejecutaron diferentes estrategias para evitar que las personas llamadas comunistas, fueran escuchadas. Estos, eran tachados de espías, traidores y enfermos. Se dice que el edificio de la Calle del Sol fue escenario de múltiples torturas y largos tiempos de encierro contra estos personajes. Algunos creen que sus fantasmas aún deambulan por estos sitios. Miembros del Partido Comunista de Colombia, activistas políticos y cualquier persona cuya “fidelidad a la bandera” fuera cuestionada, tenía que comparecer allí.

 

 

En 1957, cuando el intento de instaurar una dictadura resulta infructuoso, y Rojas Pinilla tiene que exiliarse, la sede del DAS pasa a ubicarse a la Calle 94 con Carrera Séptima. El edificio de la Calle del Sol, funciona como una estación del Policía hasta 1970, cuando se convierte en la sede de un Colegio reservado para los hijos de los policías. Después de 1980, el edificio cayó nuevamente en el abandono.

 

 

Algunos comentan que, en los gobiernos de López, Turbay y Belisario Betancourt, la edificación abandonada fue sede de torturas y asesinatos, especialmente a integrantes del M – 19, durante la época del estado de sitio y el estatuto de seguridad. Cuentan que, por allí, por ejemplo, sentaban a los prisioneros desvestidos sobre inmensos bloques de hielo, hasta que hablaban o morían de hipotermia y dolor.

 

 

Después del inicio de la década de los 90, comienza el plan de revitalización del centro de Bogotá. Se anuncia con bombos y platillos la construcción del Conjunto Residencial La Calle del Sol, el proyecto que daría vida nuevamente al lugar: 71 apartamentos, una plaza central, salón comunal.

 

 

Algunos visitantes de las zonas cercanas a la Calle del Sol, comentan que, en algunas noches, es posible escuchar los quejidos y lamentaciones de las almas en pena de las personas que fueron recluidas en el lugar. Cuentan que, de noche, se escuchan carcajadas, gritos y gemidos, y también golpes, como latigazos.

 

 

En resumen, el edificio de la Calle del Sol fue: colegio de religiosos, convento de las Clarisas, sobreviviente al bogotazo, sede del Servicios de Inteligencia Colombiano, luego se intentó llevar a su interior el Archivo Nacional, fue un Colegio y actualmente, funciona como Conjunto Residencial.

 

 

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Bogotá en la pintura

Bogotá en la pintura

 

Durante diferentes momentos de su historia, la ciudad de Bogotá ha sido retratada en obras de arte realizadas por múltiples artistas. Lugares de una gran importancia y sitios pérdidos en el tiempo, han sido fuente de inspiración en la realización de diversas pinturas y acuarelas. En esta oportunidad, recordaremos las historias detrás de un grupo de obras que han intentado hacer un retrato de diferentes lugares de Bogotá. 

 

Paz, José María (1850) Panorámica de Bogotá. Colección de arte. Banco de la República. Bogotá, Colombia.

 

 

En tiempos coloniales (1538 – 1819), las obras artísticas realizadas en los terrritorios que hoy conocemos como Bogotá y Colombia, se orientaron principalmente a retratar escenas religiosas y personajes ilustres de la nobleza santafereña. Pintores como Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos y Gaspar de Figueroa, nacidos en Santa Fé durante finales del siglo XVII, fueron algunos de los mayores referentes de la pintura colonial en Santa Fé y el Nuevo Reino de Granada. 

 

 

Después de los tiempos de la independencia (1810 – 1819), la ciudad y el país emprendieron un largo camino en busca crear una república póspera y moderna. En este proceso, la ciudad empezó a transformarse profundamente. La población fue creciendo lentamente y las fachadas de las casas del antiguo sector de La Catedral, pasaron por diferentes cambios. Se empezaron a usar materiales de construcción como el cemento y se usaron recursos decorativos como el vidrio. 

 

 

Prince, Henry (1847) Teatro de San Carlos, La Catedral y Santo Domingo.

 

 

Pintores como Manuel María Paz (1850) y Henry Prince (1847), integrantes del grupo de científicos y artistas que hicieron uno de los mapas más exactos del territorio colombiano realizados hasta el momento, nos dejaron algunas valiosas obras de arte que nos recuerdan algunos paisajes del pasado de la ciudad. Esta importante expedición es recordada como la comisión corográfica. Aquella Bogotá era atravezada por el rió San Agustín y el río San Francisco, tenía casas de above, tapia pisada y tejas de barro cocido. Además, la ciudad era habitada por menos de 70 mil habitantes. Allí se ubicaron grandes templos, hoy desaparecidos, como el Convento de Santo Domingo y el Iglesia de Santa Inés.

 

Durante aquellos años, los puentes fueron muy importantes. Estos permitían el paso de personas y mercancías entre el tradicional sector de La Catedral y el barrio de Las Nieves. Miles de bogotanos y bogotanas, recorrieron estos famosos puentes transportando agua, alimentos y materiales de construcción. Visitantes de diferentes lugares del mundo, atravezaron los punetes en carrozas o caballos. Entre los más conocidos, recordaremos al Puente de San Miguel, Puente de San Francisco, Puente de Las Aguas y el Puente de Los Libertadores. Algunos artistas colombianos, realizaron bellos retratos del desaparecido Puente de San Francisco, ubicado en el mismo lugar en donde hoy se encuentra la carrera séptima con calle Jímenez.

 

 

Puente de San Francisco. Borrero Álvarez, Ricardo. Colección de Arte. Museo Nacional de Colombia.

 

 

Durante el siglo XIX, Bogotá aún tenía obras arquitectónicas vinculadas directamente con el origen de la historia de la ciudad. Después de su llegada desde Santa Marta en 1536, las tropas organizadas por el licenciado en leyes y militar, Gónzalo Jímenez de Quesada, decidieron establecerse definitivamente en el territorio ubicado entre el río Vicaxhá (luego, río San Francisco) y el rio Manzanares (rio San Agustín). Muy cerca al lugar en que en la actualidad se encuentra el Parque Santander, se construyó la popular érmita del Humilladero, en dónde se celebró la primera eucaristía en la historia de la ciudad. Fue la primera iglesia de teja que tuvo Bogotá y fue consagrada el 6 de agosto de 1544, a escasos cinco años de la fundación de la ciudad. Esta importante capilla / érmita, se consrvó hasta el 20 de abril del año de 1887, fecha en la que se ordenó su demolición.

 

 

Nuñez Borda, Luis (1915) Érmita del Humilladero.

 

 

Sin duda, uno de los lugares más importantes de Bogotá, es la tradicional Plaza Mayor. En este sitio, se localizó por casi trecientos años el conocido chorro del mono de la pila, el cual abastió de agua a miles de habitantes de la antigua ciudad de Bogotá. Además, se encuentran importantes edificios como la Capilla de Sagrario, el Palacio Arzobispal, el Colegio Mayor de San Bartolomé y el Capitolio Nacional de Colombia.

 

 

 

Del Castillo, José Santiago. Mercado en la Plaza mayor de Bogotá. 1837.

 

 

Durante las primeras décadas del siglo XX, la ciudad de Bogotá, vivió profundas transformaciones. La construcción de la Avenida Jímenez y la canalización del Rio San Francisco, fueron un símbolo de la modernidad del país y su búsqueda por superar su pasado colonial. Así reseñaba el períodico El Gráfico, la construcción de esta importante Avenida en 1924: 

 

 

“La gran avenida Jiménez de Quesada, de máxima importancia e imprescindible necesidad de esta obra que está atravesando el centro de la ciudad ha de venir a acabar con la pavorosa congestión del tráfico en nuestras estrechísimas calles […] (El Gráfico, 1924)

 

 

En 1938, se festejaron los 400 años de la fundación de la ciudad de Bogotá con los Juegos Panamericanos. Sergio Trujillo Magnenat, destacado estudiante de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Colombia, fue encargado de hacer un grupo de ilustraciones que retrataron diferentes lugares de la ciudad de aquellos años.

 

 

Trujillo Magnenat, Sergio. (1938) Avenida Jímenez.

 

 

Precisamente, en 1938, se inauguraría una de las vías que en su momento se destacaba por su belleza y amplitud. Nos referimos a la Avenida Caracas, la cual se extendió en medio de los barrios de La Soledad y La Merced, recientemente construidos. Curiosamente, este punto de Bogotá, también fue retratado por Trujillo Magnenat durante estos años. 

 

 

Trujillo Magnenat, Sergio (1938) Avenida Caracas. Bogotá, Colombia.

 

 

Con el paso del siglo XX, la fotografía ganó un lugar muy importante en la producción de imágenes de la ciudad. Paulatinamente, la pintura y otras artes gráficas fueron perdiendo protagonismo. Sin embargo, nos permiten recordar y conocer momentos y lugares perdidos en el tiempo.

 

 

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Una historia de amor en la antigua Bogotá

Una historia de amor en la antigua Bogotá

 

Los santafereños de mediados del siglo XVII, conocieron las aventuras amorosas del virrey José Solís Folch de Cardona. Su llegada a Santafé, generó gran regocijo entre la nobleza; hubo una gran fiesta que tuvo la asistencia de la marquesa de San Jorge y sus amigas, además de diferentes fiscales y oidores.

 

 

Se recuerda que el Virrey Solís fue amigo de los placeres, un hombre galante y poderoso. Se decía que con frecuencia realizada fiestas y veladas en el Palacio Virreinal de la ciudad, a las cuales asistían diferentes familias de la aristocracia.

 

 

Algunos cuentan que el virrey Solís tuvo una relación amorosa con doña María Encarnación Lugarda de Ospina, quién era llamada en la ciudad como “La Marichuela”

 

 

Este amorío se difundió rápidamente, con tantos malentendidos y chismes, que obligaron a “La Marichuela” a recluirse voluntariamente en el Monasterio de Santa Clara, en calidad de novicia. Sin embargo, su amor por el virrey era muy fuerte, y ni siquiera, el estilo de vida del convento, la hicieron desistir de sus recuerdos.

 

 

La pena amorosa sentida por el Virrey Solís fue inmensa cuando se enteró que su amante se había recluido en el Convento de las Clarisas. Triste, caminaba desde la Calle de San Carlos, hasta la puerta del convento, pensando en las ilusiones pérdidas.

 

 

Un día, el virrey paseaba solitario por las calles de Santa Fé, cuando vio que a la altura de la Calle Real, habían varias personas caminando junto a muchos cirios encendidos, una doble vía de varones demacrados, entonando a voz media, la letanía de los santos.

 

 

La procesión y el cortejo fúnebre que acompañaba al cadáver avanzaban muy lentamente; entonces, el virrey rezó algunas oraciones. Cuando le preguntó a un anciano de venerable rostro y largas barbas, por el nombre del muerto, aquél hombre le respondió con dolor y resignación:

 

 

  • ¿Acaso no lo sabéis? Es el virrey don José Solís – y luego, continúo entonando las letanías

 

 

Cuando escuchó su nombre, el virrey se acercó al féretro de un salto y pidió a la comitiva que se detuviera por un instante. Al levantar con su mano el velo blanco que cubría el rostro del muerto, ¡se vio allí él mismo, pálido, desencajado y hecho comida de asquerosos gusanos!

 

 

El asustado virrey, cayó al suelo inmediatamente. Cuando volvió en sí, ya la luz de la mañana, resplandecía en los muros del templo de San Francisco. Todo había sido un sueño. Borracho y triste, se había quedado dormido junto al templo de San Francisco, después de una noche bebiendo y caminando sin rumbo.

 

 

Días después del aterrador acontecimiento, el virrey tomó una decisión: envuelto en una capa, camuflado entre las sombras y sin ser reconocido de las gentes, y en especial de sus guardas, decidió dejar atrás el mundo del Virreinato, y se fue al convento de San Francisco para vestir el humilde hábito. Antes de entrar allí, entregó cuantiosas cantidades de dinero a los pobres.

 

 

Por su parte, “La Marichuela”, fastidiada por la vida austera y la penitencia que implicaba el olvido de su amado, decidió un día, abandonar el Convento de Santa Clara. Cuando volvió a su vida cotidiana en Santa Fe, se enteró rápidamente que su amado hombre, se había enclaustrado en el convento de San Francisco.

 

 

“La Marichuela”, empezó a frecuentar la iglesia de los franciscanos, con el siniestro fin de poner a prueba la paciencia de los clérigos y de todos aquellos que, con sus palabras y escándalos, habían acabado con su sueño de amor. Constantemente, “La Marichuela”, enviaba groserías y burlas a todas aquellas personas que se atrevieron a hablar mal de su amor.

 

 

El rey de España, enterado del romance del virrey y “La Marichuela”, ordenó que ella no entrará más a Santa Fe, a no ser que lo hiciera recluida de nuevo en un convento. Ante la negativa de “La Marichuela”, fue desterrada al lejano pueblo de Usme, en donde empezó a vivir con algunos campesinos.

 

 

Algunos años después, la iglesia de San Francisco, organizó una expedición para evangelizar a los habitantes de lugares lejanos del tradicional barrio de La Catedral. Fueron a Usme y casualmente, el Virrey Solís se encontró a “La Marichuela”.

 

 

Instantáneamente, se reconocieron y no lograron contener su llanto. Después de declarar su amor, decidieron pensar una estrategia para vivir juntos. Algunos dicen que viajaron por diferentes lugares de la Nueva Granada, teniendo un estilo de vida bastante austero, pero siempre rodeados del amor del otro.

 

 

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La leyenda del fantasma del pintor de Bogotá

El fantasma del pintor de Bogotá

 

En el tradicional barrio de La Candelaria, se encuentra la casa que habitó el conocido artista bogotano, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, muy popular en tiempos coloniales. Algunos dicen que su fantasma ha sido visto, cubierto de una gran capa de color negro, caminando por el patio central de la casa y macerando flores para extraer las pinturas vegetales con las cuales hace sus lienzos con temas religiosos.

 

 

Durante su vida, Gregorio Vásquez fue un pintor muy popular. Este personaje  fue amigo de barones, fiscales, oidores, militares y sacerdotes. Personajes de la nobleza y la iglesia, conocían y se reunían con el pintor Arce y Ceballos.

 

 

Esta historia comienza en una noche de fiesta: el fiscal de la Real Audiencia, Bernandino Ángel de Isunza, compartía copas y penas amorosas con Gregorio Vásquez. En realidad, el artista era el confidente perfecto, tras largos años de matrimonio. El preocupado fiscal, lloraba porque tenía miedo de no volver a ver a su amada mujer: la señorita María Teresa de Orgaz. La muerte no era el obstáculo entre estos amantes. En realidad, algunos días atrás, la joven fue recluida en el Claustro de Santa Clara, después de que sus padres se enteraron del romance entre su hija y el conocido fiscal español.

 

 

Después de escuchar la desgracia de su amigo, el pintor tuvo una idea: su oficio de artista le daría la oportunidad de concretar un encuentro entre los amantes. Gregorio Vásquez era la única persona, además de las religiosas del convento que podía entrar sin restricciones al claustro religioso.

 

 

El fiscal pensaba que un encuentro no era suficiente: él buscaba jugársela por el todo o quedarse sin nada. Juntos pensaron en una estrategia para concretar una fuga definitiva, la cual se realizaría en una fría y solitaria noche bogotana.

 

 

Después de poco tiempo, llegó finalmente la noche del asalto. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, ingresó silenciosamente al convento mientras las religiosas dormían. Lentamente, abrió los portones del lugar para que entrará el fiscal. Algunos días antes, María Teresa fue enterada del plan de su escape del Claustro de Santa Clara. Aquella noche, ella esperaba pacientemente la llegada de aquellos hombres. Sorprendida, los vio aparecer en su habitación. Lentamente, escaparon del lugar. Afuera, los esperaba un carruaje que los llevaría a Puente Aranda, en donde los amantes se despidieron del pintor Gregorio Vásquez para continuar con su ida.

 

 

Poco después de su regreso a Bogotá, algunas personas empezar a comentar que el escape de la joven María Teresa fue posible por la participación del popular pintor Gregorio Vásquez. Después de una rigurosa investigación realizada por los sacerdotes de la ciudad, Vásquez fue culpado y sus contratos con el virreinato y la iglesia, fueron cancelados. Además, empezó un juicio en donde se consideraba una pena contundente: la mazmorra o la horca.

 

 

Confundido y triste, el pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, decidió escapar de Bogotá. Después de despedirse de su esposa e hijos, fue al norte por el Camino Real. Iba disfrazado de monje franciscano hacía Monguí, en donde un viejo amigo prometía acompañarlo mientras la situación mejoraba. Una vez conocida la historia en el monasterio de Monguí, los frailes más condescendientes motivaron al artista a entregarse a las autoridades, argumentando que los castigos que aplicaba la corona contra los fugitivos eran recordadas por su carácter de implacables. El artista comprendió que no le quedaba otra opción si deseaba volver a encontrarse con su familia y su prestigio. Finalmente, decidió volver a Santa Fé de Bogotá y suplicar perdón.

 

 

Sin embargo, en el antiguo barrio de La Catedral – hoy llamado La Candelaria -, lo esperaban las autoridades militares para ejecutar un castigo ejemplar. Fue recluido por un largo tiempo en una de las celdas del calabozo ubicado en el palacio virreinal. Allí se enfrentó a un amargo destino que lentamente lo llevaría a la locura.

 

 

Al salir de la cárcel, se enfrentó a una feroz crisis que lo llevó a la miseria y a la locura. En 1710, enloqueció definitivamente y no pudo volver a pintar. Murió un año después en Santa Fé de Bogotá.

 

 

Hoy continúan los rumores de las apariciones de una extraña figura en el sótano del lugar en dónde estuvo ubicada su casa, en la Calle 11 con Carrera 4, en el barrio de La Candelaria. 

 

 

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El olor de los Cafés Tradicionales de Bogotá

El olor de los Cafés Tradicionales de Bogotá

 

Las fachadas de estilo republicano y colonial que están en el centro de Bogotá, han visto pasar a innumerables hombres y mujeres de letras, dibujos y política. Serán ellos, los artistas, el centro de este relato. Nuestra historia comienza a finales del siglo XIX. Durante estos años, los caminos de Bogotá eran de piedra y la mayoría de la ciudad se podría recorrer caminando. Los caballos pasaban junto a las casas del tradicional sector de La Catedral, hoy llamado La Candelaria. No había pasado mucho tiempo desde la llegada de los períodicos y cada vez fue más frecuente encontrar diversos habitantes de Bogotá hablando sobre la vida cotidiana del país.

 

 

 

 

Uno de los lugares más importantes de la ciudad durante aquellos años estuvo entre la Iglesia de San Francisco y el Parque Santander. Este lugar fue conocido como la esquina arrancaplumas. Todo aquél que se descuidará allí, sería devastado por la risa de los bogotanos. Allí ocurrían largas conversaciones callejeras y sinceros cortejos amorosos. Concretamente, este lugar se ubicó en medio de la Calle del Chorro de Santo Domingo y la Calle de la Carrera.

 

 

 

 

Durante estos años, los habitantes de la ciudad caminaban a paso lento. Algunos usaban sombrero, ruana y alpargata. Otros, lucían más elegantes. Muchos se vestían con traje oscuro y sombrero de copa alta. En algunos momentos del día, estas personas se reunían en cafés muy particulares en dónde podían comentar libremente sus opiniones políticas e inclinaciones artísticas. Bogotá tuvo lugares de pensamiento y creación diferentes a las universidades y escuelas tradicionales: Los Cáfes Tradicionales. El primero que mencionaremos apareció en un momento en que aún los poetas eran perseguidos y llevados a la cárcel por su forma de pensar.

 

 

Junto a la esquina arrancaplumas, se encontraba el célebre Café Windsor, fundado en el mes de septiembre de 1914. Este fue un lugar de encuentro, ambientado siempre por alguna pieza musical de la bohemia bogotana y recordado por la particular tradición de obsequiar alcohol en algunas noches de tertulia.

 

 

Interior de Cafè Windsor en 1921. (Archivo hemerogràfico de Revista Cromos)

 

 

Las sillas del café Windsor fueron usadas por celebres políticos e intelectuales como Germán Arciniegas y notables escritores como Gregorio Castañeda Aragón, conocido como el poeta del mar.  Mientras en la Calle Real llovía con fuerza, en el Café Windsor se hablaba sobre la influencia del expresionismo alemán en el arte colombiano. Se criticaba el gobierno conservador de turno y se tenía miedo de ser condenado en la Penitenciaria central de Cundinamarca, la cárcel de la pequeña ciudad. Uno de los visitantes más ilustres del Café era Ricardo Rendón, un destacado caricaturista que nos hizo reír de los poderosos de Colombia.

 

 

Los años pasaron y la ciudad de Bogotá se transformó profundamente. Con el paso del tiempo, aparecieron grandes avenidas y modernos automóviles. Muchas personas decidieron vivir en el centro del país y Bogotá se convirtió en la ciudad más habitada de Colombia. Desde 1946, un político local prometía comprometerse con el bienestar de las personas más humildes del país. Jorge Eliecer Gaitán representó los intereses de personas que carecían de los recursos necesarios para tener una vida digna. Lamentablemente, este noble hombre fue asesinado el 9 de abril de 1948 en el centro de Bogotá. Esto causó mucha rabia y furia a los habitantes de Bogotá. Aquél día ocurrieron fuertes enfrentamientos entre la policía y los habitantes de la ciudad. Gaitán ya estaba perfilado como el gobernante elegido por los habitantes de Colombia. Sin embargo, ¡lo mataron!. Este día no ha sido olvidado en Colombia, ni se olvidará.

 

 

Uno de los lugares que sobrevivió a este lamentable día, fue el Café Automático. En este lugar se reunieron importantes artistas colombianos como León de Greiff, Fernando Botero, Leo Matiz y el jóven escritor Jorge Gaitán Durán. 

 

 

 

 

En el Café Automático, se crearon las populares revistas Mito, Sábado y Crítica. Por otro lado, algunos comentan que en su paso por Bogotá, el Che Guevara, visitó el Café El Automático y saludó a León de Greiff con tono reverencial. Además, el lugar funcionó como galería en donde diferentes artistas de la ciudad expusieron sus obras. 

 

 

Un día de 1950, Orlando Rivera, conocido como Figurita, le preguntó al dueño del Café, Fernando Jaramillo Botero, si le permitiría presentar en el lugar algunos cuadros que habían estado expuestos en el cercano Parque Santander. Él accedió y desde entonces empezó una de las tradiciones más conocidas del lugar, el cual fue convirtiéndose en lugar de exposición. Allí, presentaron su trabajo importantes fotográfos como Leo Matiz y uno de los artistas más conocidos en Colombia: Fernando Botero. Este último personaje, presentó varios de sus primeros trabajos en El Café El Automático. Lo hizó en un momento en el no era muy conocido. En este lugar, también expusieron su trabajo conocidos artistas colombianos como Omar Rayo y Eduardo Rámirez Villamizar.

 

 

 

 

 

Finalmente, quisieramos recordar algunas historias del tradicional Café Pasaje, ubicado en el tradicional sector de La Candelaria. En 1936, la firma Casanova y Manheim inició la Construcción Santa Fe, un grupo de dos edificaciones que se alzaban en lo que hoy sería la Plazoleta del Rosario. Entre estos, fueron apareciendo de a poco numerosos cafés que permitían que diferentes habitantes de la ciudad se encontraran cotidianamente. Entre estos, podemos contar la afortunada presencia de La Fontana (1955), La Romana (1965), La Plazuela (1974) y claro, el Café Pasaje (1936)

 

 

Desde sus primeros años, en el Café Pasaje se reunían ludópatas urbanos, que, entre café y cerveza, se encontraban a observar las carreras de caballos y apostar al más rápido. Esta tradición se mantuvo por un buen tiempo y fue tal la fiebre apostadora que en 1966 el dueño del establecimiento Jorge Vásquez Vélez, presentaría la Polla electoral, una contienda en la que se ponía sobre la mesa de juego el posible desenlace de la carrera política de los aspirantes al senado y cámara de aquél año. Años posteriores, las mesas del Pasaje sirvieron para encontrar algunos de estos personajes. Estamos hablando de Eduardo Santos, Belisario Betancourt y Antanas Mockus, notables políticos colombianos que en alguna oportunidad se sentaron a impartir un café en algún lugar del Pasaje.

 

 

 

 

Los cafés tradicionales nos recuerdan diferentes episodios de la historia de Bogotá y sus habitantes. La ciudad oculta diversas historias. Exploralas junto a nosotros. 

 

 

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Biodiversidad en el Parque Ecológico Matarredonda: Tesoro Natural de Choachí

Biodiversidad en el Parque Ecológico Matarredonda: Tesoro Natural de Choachí

 

El Parque Ecológico Matarredonda, situado en el municipio de Choachí en el departamento de Cundinamarca, se erige como un bastión inquebrantable de biodiversidad y equilibrio ecológico. Este santuario natural encapsula una riqueza ambiental que trasciende la mera contemplación, sumergiendo a quienes lo visitan en un mundo de fascinantes cualidades ambientales.

 

 

Su emplazamiento en un entorno montañoso privilegiado permite que Matarredonda albergue una amalgama de ecosistemas que coexisten en armonía. Desde sus densos bosques nativos hasta sus relucientes riachuelos y majestuosas cascadas, cada rincón de este parque es un testimonio viviente de la biodiversidad. Aquí, la flora y fauna se entrelazan en una danza perfecta de vida, donde especies endémicas y árboles centenarios convergen en un ecosistema intacto.

 

 

Los senderos intrincados invitan a los visitantes a adentrarse en este reino natural, ofreciendo la oportunidad de descubrir una diversidad biológica sin igual. Es el hogar de múltiples especies animales, desde aves coloridas hasta mamíferos esquivos, todos cohabitando en este paraíso ecológico. La observación de la vida silvestre aquí es una lección magistral sobre la interconexión de los seres vivos y su dependencia mutua en este delicado equilibrio.

 

 

El Parque Ecológico Matarredonda es mucho más que un refugio para la vida silvestre; es un epicentro de vitalidad que contribuye activamente al bienestar ambiental de la región. Sus bosques actúan como pulmones verdes, filtrando el aire y proporcionando oxígeno mientras absorben dióxido de carbono. Esta función esencial de mitigación del cambio climático se ve reforzada por la conservación de sus extensos bosques nativos.

 

 

El flujo de agua cristalina que serpentea a lo largo del parque no solo alimenta la biodiversidad local, sino que también contribuye a la regulación hídrica de la región. Las cascadas y arroyos no solo brindan un espectáculo visual impresionante, sino que también cumplen un papel crucial en la preservación de la calidad del agua y el mantenimiento de los ciclos naturales.

 

 

La conservación de Matarredonda es un faro de esperanza para la preservación de los ecosistemas frágiles. La protección de este santuario no solo es vital para la flora y fauna que alberga, sino que también sirve como ejemplo inspirador de cómo la preservación ambiental puede ser un pilar fundamental para el desarrollo sostenible.

 

 

Cada árbol, cada rincón de este parque respira vida y ofrece lecciones invaluables sobre la importancia de preservar los espacios naturales. El Parque Ecológico Matarredonda se alza como un monumento a la conservación, un recordatorio constante de la fragilidad y la magnificencia de la naturaleza, y una llamada de atención sobre nuestra responsabilidad colectiva de proteger y salvaguardar estos tesoros ambientales para las generaciones venideras.

 

 

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Historias de La Candelaria

Historias de La Candelaria

 

Los caminos que limitan con los imponentes cerros orientales de Bogotá, han sido testigos de diversas escenas. Aunque actualmente este lugar de Bogotá es conocido como La Candelaria, este mismo sitio ha tenido otros nombres y significados. En esta oportunidad, recordaremos algunas historias y relatos que ocurrieron en las calles más antiguas de la ciudad de Bogotá.

 

 

 

 

En tiempos prehispánicos, es decir, antes del año 1492, este lugar del mundo era llamado Bacatá. En vocablo chibcha, estas palabras significan tierra de labranza. Los muiscas, comunidad indígena que habitó este lugar, realizaban rituales muy particulares. En cada fiesta ancestral indígena, se conmemoraba la fertilidad del agua, eje fundamental de la vida de los animales, las plantas y los humanos. En el mismo lugar en el que hoy se encuentra la tradicional Avenida Jiménez de Bogotá, había una gran rio llamado vicachá. En este lugar, se realizaban los rituales de nacimiento que buscaban recordar el mito originario de la comunidad. Se comentaba que el principio del mundo está vinculado con el nacimiento de bachué, quien emergió de la laguna de Iguaque con su hijo, Bochica. El nacimiento de los miembros de la comunidad muisca, se realizaba a la orilla de lagunas y ríos en conmemoración del mito original.

 

 

Acuña, Luis Alberto (1936) Deidades muiscas. Colección de arte. Museo Nacional de Colombia

 

 

Después del final del siglo XVI, ocurrieron diversas transformaciones en el territorio que hoy es La Candelaria. Aunque se repite con frecuencia que la fundación de Bogotá ocurrió en el llamado chorro de Quevedo, no existe suficiente evidencia histórica para hacer esta afirmación. Por otro lado, sabemos que Gonzalo Jiménez de Quesada, licenciado y militar granadino, quien había estudiado leyes en Salamanca, fue encargado por Alonso Fernández de Lugo, para emprender una campaña colonizadora hacia el sur de Sudamérica. El 6 de abril de 1536, Jiménez partiría del actual territorio de Santa Marta, junto a 1500 infantes y 200 jinetes, entre los que se encontraba Gonzalo Suarez Rendón, quien había luchado contra los franceses en Pavía.

 

 

 

Después de un largo viaje de dos años, a través del rio grande del Magdalena, acompañados de inclementes lluvias, mosquitos con zumbidos amenazantes, junto a serpientes y tigres, la campaña de Jiménez, arribó finalmente a la Sabana de Bogotá, por el camino de Nemocon, Teusa y Zipaquirá. Decidieron establecerse junto a las montañas, con el objetivo de tener un punto de vista que les permitiera ver la llegada de enemigos. En el mismo lugar en el que hoy se encuentra el Parque Santander, se celebró una eucaristía católica, realizada con el objetivo de encomendar este lugar al gobierno del rey de España, Carlos V.

 

 

Agosto 6 de 1538. Alegoría de la fundación de Bogotá, con fraternal participación de los habitantes indígenas de la primitiva Bacatá y los conquistadores al mando de Gonzalo Jiménez de Quesada. Celebración de la primera misa. Óleo de Pedro Alcántara Quijano

 

 

Esta celebración fue el símbolo de la fundación de Bogotá. Ocurrió el 6 de agosto de 1538 y fue realizada en una capilla pajiza que será recordada como la primera iglesia de Bogotá: la ermita del Humilladero. Alrededor de este lugar, se establecieron las dos primeras órdenes religiosas en Santa Fe: San Francisco y Santo Domingo.

 

 

èrmita del humilladero. Primer templo religioso construido por los españoles en el siglo XVI.

 

 

En las primeras décadas del siglo XVII, la ciudad de Bogotá tenía una distribución completamente diferente. El sector que hoy conocemos como La Candelaria, fue conocido como La Catedral. Allí vivieron los virreyes que gobernaron en Santa Fe y se localizaron las edificaciones más importantes de la ciudad.

 

 

 

 

Entre el siglo XVI y XVII, se alzaron las sedes de la Real Audiencia, el Cabildo Secular, la Cárcel de la Corte y se instaló el mono de la pila, la fuente más visitada de la ciudad. También se construyeron la Capilla del Sagrario, el Colegio del Rosario y el Colegio de San Bartolomé.

 

 

 

 

Un tiempo después, en 1771, el virrey de la Nueva Granada, llamado Pedro Massia de la Zerda, quien vivía en Santa Fe, fue invitado al distinguido Palacio de San Carlos a conocer una bebida muy famosa en este tiempo: el Café. En el distinguido barrio de La Catedral también se creó el clásico Teatro El Coliseo (1792), en donde posteriormente funciono el Teatro Maldonado (1840) y el popular Teatro Colon (1892). Allí se presentó ópera, zarzuela y teatro.

 

 

Después de la llegada de los españoles comandados por Pablo Morillo entre 1816 y 1819, el hombre encargado de gobernar Santa Fé, actual Bogotá, fue el conocido virrey Sámano. Su vivienda se localizó en la distinguida Calle 10 a la altura de la Carrera tercera. El 9 de agosto de 1819 llegó la noticia a la capital de la derrota de las tropas de apoyo comandadas por José Barreiro en la batalla de Boyacá, con lo cual Sámano huyó precipitadamente a Cartagena de Indias, donde su autoridad fue desconocida. Navegó hasta Jamaica, apareciendo luego en Panamá, sin mando administrativo ni mando directo de tropas. En esta situación dimitió, anciano y abrumado por las enfermedades, quedándose a vivir en la ciudad hasta su muerte en julio de 1821, en espera del permiso para volver a España. Algunos comentan que el desesperado espíritu de Juan de Sámano aun deambula por las calles de La candelaria.

 

 

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Bogotá en el Cine

Bogotá en el Cine

 

El cine nos permite conocer retratos de otros tiempos. Las escenas e historias narradas en diferentes secuencias de video, nos ayudan a recordar el pasado de lugares icónicos en la historia. En esta oportunidad, descubriremos las obras de arte cinematográfico realizadas en la ciudad de Bogotá en diferentes momentos de su pasado.

 

 

El cine llegó a Bogotá entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Durante estos años, la ciudad era bastante pequeña y no tenía más de 100 mil habitantes. Sus caminos eran de piedra y algunas de sus casas eran decoradas con finos ornamentos y piezas decorativas de estilo republicano. Otras edificaciones conservaban su tradicional estructura construida con adobe y tapia pisada. Desde entonces empieza la relación entre el cine y Bogotá.

 

 

Orillas del río San Francisco – Grabado – Papel Períodico Ilustrado (1870 – 1910)

 

 

Después de la creación del cinematógrafo por parte de los hermanos Lumire en Francia en el año 1895, el cine generó un interés profundamente grande entre sus seguidores. Este particular invento permitía la toma, proyección y hasta el copiado de imágenes en movimiento, así como el espectáculo público derivado de la exhibición del funcionamiento del aparato.

 

 

Durante finales del siglo XIX, aparecieron múltiples espacios de exposición de cine en Francia e Italia, los cuales buscaban proyectar películas y presentarlas al público en general. Este novedoso invento europeo, llegó a Bogotá en 1897.

 

 

Su presentación ocurrió en el Teatro Municipal, el primer edificio público de la ciudad con iluminación eléctrica, inaugurado en 1890. El aparato arribó al centro de Bogotá, enviado desde Barranquilla. Llego a lomo de mula por el camino de San Victorino, ubicado al occidente de Bogotá. Se presentaron películas con frecuencia en el barrio La Catedral en el centro de la ciudad y en San Diego, ubicado en el límite norte.

 

 

 

Desde entonces, se proyectaron películas en el Pabellón de las Maquinas (1910) y el Salón Olympia (1912), ubicados en el extremo norte de Bogotá. Durante estos años, la ciudad fue visitada por los hermanos Francesco y Vicenzo Di Doménico, directores de cine educados en Italia y Francia. Su influencia ayudó a conocer los métodos de creación artística usados en otros lugares del mundo.

 

 

 

 

En 1915, se estrenaría la primera película filmada en Bogotá: el drama del 15 de octubre. En este trabajo, veremos la ceremonia funeral de Rafael Uribe Uribe, político colombiano liberal, asesinado el año 1914. Este hombre, integrante del tradicional partido liberal colombiano, fue asesinado con dos hachas en las escaleras del Capitolio Nacional de Colombia. Los autores del crimen: Leovigildo Galarza y Jésus Carvajal, fueron recluidos en las celdas de la temible Penitencia Central de Cundinamarca.

 

 

Capitolio Nacional y Colegio Mayor de San Bartolomé en El Drama del 15 de Octubre ([Di Dómenico, 1915)

 

En esta película veremos los primeros retratos cinematográficos de algunos de los lugares más representativos de Bogotá: el Capitolio Nacional, la Plaza de Bolívar, la Carrera Séptima y el Parque Santander. La producción de esta película, fue el antecedente de diversas creaciones artísticas realizadas en Colombia.

 

 

Entre 1920 y 1930, se realizaron las siguientes producciones cinematográficas: Aura o las violetas (1924, Vicenzo Di Doménico), la tragedia del silencio (1924), Como los muertos (1925, Arturo Acevedo) y El amor, el deber y el crimen (126, Pedro Moreno, Vicenzo Di Doménico).  

 

 

Las películas mencionadas representaron el llamado cine silente colombiano, caracterizado por la ausencia de voces en las producciones. Con la llegada del cronofono, seriamos testigos un profundo cambio en las películas realizadas en Bogotá y Colombia. Este particular invento, permitió sincronizar las voces con las acciones de los actores. Todo comenzó en 1937, cuando Arturo Villarino Acevedo, presentaría ante la comunidad nacional el invento que revolucionaria la historia del cine.

 

 

Trujillo Magnenat, Sergio (1938) Avenida Caracas Calle 39

 

 

En los años siguientes, se realizaron diferentes películas que presentaron el contexto político colombiano durante este tiempo. Entre las diversas obras cinematográficas producidas, destacamos La Semana de la democracia (1945), dirigida por Arturo Acevedo. Allí veremos un retrato de la euforia popular que generó Jorge Eliecer Gaitán, un político colombiano muy popular a finales de la década de los cuarenta.

 

 

Después del inicio de la segunda mitad del siglo XX, millones de personas llegaron a Bogotá. Los limites tradicionales de la ciudad se transformaron completamente. Suba, Engativá, Fontibón y San Cristóbal, municipios cercanos a Bogotá, se unificaron al distrito capital. La ciudad se amplió bastante. Algunas películas realizadas entre los años sesenta y ochenta, intentaron hacer un retrato de la vida cotidiana de las personas que llegaron a la ciudad.

 

 

Mapa de Bogotá realizado por Karl Brunner (1942)

 

 

En Raíces de piedra (Arzuaga, Jesús María; 1961), Chircales (Rodríguez, Marta: 1971) y Gamín (Duran, Ciro; 1977), veremos las aventuras y desaventuras de los habitantes de la capital de Colombia. Descubriremos la forma en que Bogotá creció y se expandió durante la mitad del siglo XX. Además, en Rapsodia en Bogotá (1986), conoceremos los ritmos de vida de los habitantes de la ciudad: desde la mañana hasta la noche. Descubriremos una ciudad realmente grande, habitada por personas que la recorren a diferentes velocidades.

 

 

Arzuaga, José María. Fragmento de Rapsodia en Bogotá. Gato y cúpula de Iglesia de San Ignacio.

 

 

Los años que siguieron dejaron diferentes trabajos cinematográficos y documentales que buscaron hacer un retrato de la tragicomedia de la vida cotidiana en Bogotá, marcada por la infidelidad y el engaño. En La Gente de La Universal (Aljure, Felipe: 1991), veremos la historia de un detective que debe investigar a la pareja de un extranjero recluido en la cárcel de la ciudad. Su trabajo es conocer si esta mujer se encuentra con otros hombres. Finalmente, el detective tiene diferentes encuentros eróticos con la pareja de su cliente. Además, en esta película podremos ver diferentes paisajes de La Candelaria, La Carrera Séptima de Bogotá y el Museo Nacional de Colombia.

 

 

 

 

En Perder es cuestión de método (Cabrera, Sergio; 2005), conoceremos la historia de un periodista que investiga un asesinato. En su aventura en Bogotá, tendrá una relación amorosa con una prostituta de la ciudad. Veremos un buen retrato de las escenas ocultas de cada día en Bogotá. También tendremos la oportunidad de ver una gran panorámica de Bogotá desde la Avenida Circunvalar.

 

 

En las historias relatadas en el cine colombiano, encontraremos relatos que hablan de diferentes dificultades que afectan la vida cotidiana en Bogotá. En La estrategia del caracol (Cabrera, Sergio; 1993) veremos la disputa de un grupo de personas que busca defender su vivienda en el centro de Bogotá de un desalojo realizado por la policía nacional de Colombia. Allí, conoceremos diferentes paisajes de la tradicional Calle 10, la Plaza de Bolívar y los cerros orientales.

 

 

 

 

Durante toda su historia, la ciudad de Bogotá ha sido retratada en diferentes películas, las cuales nos muestran la gran diversidad de historias de circulan en las calles de esta ciudad.

 

 

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