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Una historia de amor en la antigua Bogotá

Una historia de amor en la antigua Bogotá

 

Los santafereños de mediados del siglo XVII, conocieron las aventuras amorosas del virrey José Solís Folch de Cardona. Su llegada a Santafé, generó gran regocijo entre la nobleza; hubo una gran fiesta que tuvo la asistencia de la marquesa de San Jorge y sus amigas, además de diferentes fiscales y oidores.

 

 

Se recuerda que el Virrey Solís fue amigo de los placeres, un hombre galante y poderoso. Se decía que con frecuencia realizada fiestas y veladas en el Palacio Virreinal de la ciudad, a las cuales asistían diferentes familias de la aristocracia.

 

 

Algunos cuentan que el virrey Solís tuvo una relación amorosa con doña María Encarnación Lugarda de Ospina, quién era llamada en la ciudad como “La Marichuela”

 

 

Este amorío se difundió rápidamente, con tantos malentendidos y chismes, que obligaron a “La Marichuela” a recluirse voluntariamente en el Monasterio de Santa Clara, en calidad de novicia. Sin embargo, su amor por el virrey era muy fuerte, y ni siquiera, el estilo de vida del convento, la hicieron desistir de sus recuerdos.

 

 

La pena amorosa sentida por el Virrey Solís fue inmensa cuando se enteró que su amante se había recluido en el Convento de las Clarisas. Triste, caminaba desde la Calle de San Carlos, hasta la puerta del convento, pensando en las ilusiones pérdidas.

 

 

Un día, el virrey paseaba solitario por las calles de Santa Fé, cuando vio que a la altura de la Calle Real, habían varias personas caminando junto a muchos cirios encendidos, una doble vía de varones demacrados, entonando a voz media, la letanía de los santos.

 

 

La procesión y el cortejo fúnebre que acompañaba al cadáver avanzaban muy lentamente; entonces, el virrey rezó algunas oraciones. Cuando le preguntó a un anciano de venerable rostro y largas barbas, por el nombre del muerto, aquél hombre le respondió con dolor y resignación:

 

 

  • ¿Acaso no lo sabéis? Es el virrey don José Solís – y luego, continúo entonando las letanías

 

 

Cuando escuchó su nombre, el virrey se acercó al féretro de un salto y pidió a la comitiva que se detuviera por un instante. Al levantar con su mano el velo blanco que cubría el rostro del muerto, ¡se vio allí él mismo, pálido, desencajado y hecho comida de asquerosos gusanos!

 

 

El asustado virrey, cayó al suelo inmediatamente. Cuando volvió en sí, ya la luz de la mañana, resplandecía en los muros del templo de San Francisco. Todo había sido un sueño. Borracho y triste, se había quedado dormido junto al templo de San Francisco, después de una noche bebiendo y caminando sin rumbo.

 

 

Días después del aterrador acontecimiento, el virrey tomó una decisión: envuelto en una capa, camuflado entre las sombras y sin ser reconocido de las gentes, y en especial de sus guardas, decidió dejar atrás el mundo del Virreinato, y se fue al convento de San Francisco para vestir el humilde hábito. Antes de entrar allí, entregó cuantiosas cantidades de dinero a los pobres.

 

 

Por su parte, “La Marichuela”, fastidiada por la vida austera y la penitencia que implicaba el olvido de su amado, decidió un día, abandonar el Convento de Santa Clara. Cuando volvió a su vida cotidiana en Santa Fe, se enteró rápidamente que su amado hombre, se había enclaustrado en el convento de San Francisco.

 

 

“La Marichuela”, empezó a frecuentar la iglesia de los franciscanos, con el siniestro fin de poner a prueba la paciencia de los clérigos y de todos aquellos que, con sus palabras y escándalos, habían acabado con su sueño de amor. Constantemente, “La Marichuela”, enviaba groserías y burlas a todas aquellas personas que se atrevieron a hablar mal de su amor.

 

 

El rey de España, enterado del romance del virrey y “La Marichuela”, ordenó que ella no entrará más a Santa Fe, a no ser que lo hiciera recluida de nuevo en un convento. Ante la negativa de “La Marichuela”, fue desterrada al lejano pueblo de Usme, en donde empezó a vivir con algunos campesinos.

 

 

Algunos años después, la iglesia de San Francisco, organizó una expedición para evangelizar a los habitantes de lugares lejanos del tradicional barrio de La Catedral. Fueron a Usme y casualmente, el Virrey Solís se encontró a “La Marichuela”.

 

 

Instantáneamente, se reconocieron y no lograron contener su llanto. Después de declarar su amor, decidieron pensar una estrategia para vivir juntos. Algunos dicen que viajaron por diferentes lugares de la Nueva Granada, teniendo un estilo de vida bastante austero, pero siempre rodeados del amor del otro.

 

 

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La leyenda del fantasma del pintor de Bogotá

El fantasma del pintor de Bogotá

 

En el tradicional barrio de La Candelaria, se encuentra la casa que habitó el conocido artista bogotano, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, muy popular en tiempos coloniales. Algunos dicen que su fantasma ha sido visto, cubierto de una gran capa de color negro, caminando por el patio central de la casa y macerando flores para extraer las pinturas vegetales con las cuales hace sus lienzos con temas religiosos.

 

 

Durante su vida, Gregorio Vásquez fue un pintor muy popular. Este personaje  fue amigo de barones, fiscales, oidores, militares y sacerdotes. Personajes de la nobleza y la iglesia, conocían y se reunían con el pintor Arce y Ceballos.

 

 

Esta historia comienza en una noche de fiesta: el fiscal de la Real Audiencia, Bernandino Ángel de Isunza, compartía copas y penas amorosas con Gregorio Vásquez. En realidad, el artista era el confidente perfecto, tras largos años de matrimonio. El preocupado fiscal, lloraba porque tenía miedo de no volver a ver a su amada mujer: la señorita María Teresa de Orgaz. La muerte no era el obstáculo entre estos amantes. En realidad, algunos días atrás, la joven fue recluida en el Claustro de Santa Clara, después de que sus padres se enteraron del romance entre su hija y el conocido fiscal español.

 

 

Después de escuchar la desgracia de su amigo, el pintor tuvo una idea: su oficio de artista le daría la oportunidad de concretar un encuentro entre los amantes. Gregorio Vásquez era la única persona, además de las religiosas del convento que podía entrar sin restricciones al claustro religioso.

 

 

El fiscal pensaba que un encuentro no era suficiente: él buscaba jugársela por el todo o quedarse sin nada. Juntos pensaron en una estrategia para concretar una fuga definitiva, la cual se realizaría en una fría y solitaria noche bogotana.

 

 

Después de poco tiempo, llegó finalmente la noche del asalto. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, ingresó silenciosamente al convento mientras las religiosas dormían. Lentamente, abrió los portones del lugar para que entrará el fiscal. Algunos días antes, María Teresa fue enterada del plan de su escape del Claustro de Santa Clara. Aquella noche, ella esperaba pacientemente la llegada de aquellos hombres. Sorprendida, los vio aparecer en su habitación. Lentamente, escaparon del lugar. Afuera, los esperaba un carruaje que los llevaría a Puente Aranda, en donde los amantes se despidieron del pintor Gregorio Vásquez para continuar con su ida.

 

 

Poco después de su regreso a Bogotá, algunas personas empezar a comentar que el escape de la joven María Teresa fue posible por la participación del popular pintor Gregorio Vásquez. Después de una rigurosa investigación realizada por los sacerdotes de la ciudad, Vásquez fue culpado y sus contratos con el virreinato y la iglesia, fueron cancelados. Además, empezó un juicio en donde se consideraba una pena contundente: la mazmorra o la horca.

 

 

Confundido y triste, el pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, decidió escapar de Bogotá. Después de despedirse de su esposa e hijos, fue al norte por el Camino Real. Iba disfrazado de monje franciscano hacía Monguí, en donde un viejo amigo prometía acompañarlo mientras la situación mejoraba. Una vez conocida la historia en el monasterio de Monguí, los frailes más condescendientes motivaron al artista a entregarse a las autoridades, argumentando que los castigos que aplicaba la corona contra los fugitivos eran recordadas por su carácter de implacables. El artista comprendió que no le quedaba otra opción si deseaba volver a encontrarse con su familia y su prestigio. Finalmente, decidió volver a Santa Fé de Bogotá y suplicar perdón.

 

 

Sin embargo, en el antiguo barrio de La Catedral – hoy llamado La Candelaria -, lo esperaban las autoridades militares para ejecutar un castigo ejemplar. Fue recluido por un largo tiempo en una de las celdas del calabozo ubicado en el palacio virreinal. Allí se enfrentó a un amargo destino que lentamente lo llevaría a la locura.

 

 

Al salir de la cárcel, se enfrentó a una feroz crisis que lo llevó a la miseria y a la locura. En 1710, enloqueció definitivamente y no pudo volver a pintar. Murió un año después en Santa Fé de Bogotá.

 

 

Hoy continúan los rumores de las apariciones de una extraña figura en el sótano del lugar en dónde estuvo ubicada su casa, en la Calle 11 con Carrera 4, en el barrio de La Candelaria. 

 

 

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