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La leyenda del fantasma del pintor de Bogotá

El fantasma del pintor de Bogotá

 

En el tradicional barrio de La Candelaria, se encuentra la casa que habitó el conocido artista bogotano, Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, muy popular en tiempos coloniales. Algunos dicen que su fantasma ha sido visto, cubierto de una gran capa de color negro, caminando por el patio central de la casa y macerando flores para extraer las pinturas vegetales con las cuales hace sus lienzos con temas religiosos.

 

 

Durante su vida, Gregorio Vásquez fue un pintor muy popular. Este personaje  fue amigo de barones, fiscales, oidores, militares y sacerdotes. Personajes de la nobleza y la iglesia, conocían y se reunían con el pintor Arce y Ceballos.

 

 

Esta historia comienza en una noche de fiesta: el fiscal de la Real Audiencia, Bernandino Ángel de Isunza, compartía copas y penas amorosas con Gregorio Vásquez. En realidad, el artista era el confidente perfecto, tras largos años de matrimonio. El preocupado fiscal, lloraba porque tenía miedo de no volver a ver a su amada mujer: la señorita María Teresa de Orgaz. La muerte no era el obstáculo entre estos amantes. En realidad, algunos días atrás, la joven fue recluida en el Claustro de Santa Clara, después de que sus padres se enteraron del romance entre su hija y el conocido fiscal español.

 

 

Después de escuchar la desgracia de su amigo, el pintor tuvo una idea: su oficio de artista le daría la oportunidad de concretar un encuentro entre los amantes. Gregorio Vásquez era la única persona, además de las religiosas del convento que podía entrar sin restricciones al claustro religioso.

 

 

El fiscal pensaba que un encuentro no era suficiente: él buscaba jugársela por el todo o quedarse sin nada. Juntos pensaron en una estrategia para concretar una fuga definitiva, la cual se realizaría en una fría y solitaria noche bogotana.

 

 

Después de poco tiempo, llegó finalmente la noche del asalto. Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, ingresó silenciosamente al convento mientras las religiosas dormían. Lentamente, abrió los portones del lugar para que entrará el fiscal. Algunos días antes, María Teresa fue enterada del plan de su escape del Claustro de Santa Clara. Aquella noche, ella esperaba pacientemente la llegada de aquellos hombres. Sorprendida, los vio aparecer en su habitación. Lentamente, escaparon del lugar. Afuera, los esperaba un carruaje que los llevaría a Puente Aranda, en donde los amantes se despidieron del pintor Gregorio Vásquez para continuar con su ida.

 

 

Poco después de su regreso a Bogotá, algunas personas empezar a comentar que el escape de la joven María Teresa fue posible por la participación del popular pintor Gregorio Vásquez. Después de una rigurosa investigación realizada por los sacerdotes de la ciudad, Vásquez fue culpado y sus contratos con el virreinato y la iglesia, fueron cancelados. Además, empezó un juicio en donde se consideraba una pena contundente: la mazmorra o la horca.

 

 

Confundido y triste, el pintor Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, decidió escapar de Bogotá. Después de despedirse de su esposa e hijos, fue al norte por el Camino Real. Iba disfrazado de monje franciscano hacía Monguí, en donde un viejo amigo prometía acompañarlo mientras la situación mejoraba. Una vez conocida la historia en el monasterio de Monguí, los frailes más condescendientes motivaron al artista a entregarse a las autoridades, argumentando que los castigos que aplicaba la corona contra los fugitivos eran recordadas por su carácter de implacables. El artista comprendió que no le quedaba otra opción si deseaba volver a encontrarse con su familia y su prestigio. Finalmente, decidió volver a Santa Fé de Bogotá y suplicar perdón.

 

 

Sin embargo, en el antiguo barrio de La Catedral – hoy llamado La Candelaria -, lo esperaban las autoridades militares para ejecutar un castigo ejemplar. Fue recluido por un largo tiempo en una de las celdas del calabozo ubicado en el palacio virreinal. Allí se enfrentó a un amargo destino que lentamente lo llevaría a la locura.

 

 

Al salir de la cárcel, se enfrentó a una feroz crisis que lo llevó a la miseria y a la locura. En 1710, enloqueció definitivamente y no pudo volver a pintar. Murió un año después en Santa Fé de Bogotá.

 

 

Hoy continúan los rumores de las apariciones de una extraña figura en el sótano del lugar en dónde estuvo ubicada su casa, en la Calle 11 con Carrera 4, en el barrio de La Candelaria. 

 

 

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